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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 109 – 15 de junio de 2011

Fundamento de una nueva sociedad

¿Cómo ha de realizarse esa construcción de una nueva sociedad? En base a hombres/nuevos. Sin ese cambio interior del ser humano, no puede haber cambio real en las estructuras exteriores.
El hombre y su comportamiento, es la base de la sociedad. Por eso urge transformar al hombre para que tenga un espíritu nuevo, mentalidad y actitudes nuevas. ¿Y cómo se logra eso?

Ahí entra la gracia y la fuerza transformadora de la Euca¬ristía. Porque, ¿qué pasa en la Consagración de la misa? El sacerdote, en nombre del Señor, convierte el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. El pan, un alimento natu¬ral, se convierte en un alimento sobrenatural. ¿Y cuál es el sentido de nuestra participación en la misa? El sentido es que en el Ofertorio nosotros mismos con todo lo nuestro nos entreguemos al Padre, junto con pan y vino. El sentido es que nosotros mismos nos pongamos como ofrenda en la patena y en el cáliz.

¿Y qué pasa entonces en el momento de la consagración? Allí Dios quiere obrar también en nosotros el mismo milagro de transformación que realiza con el plan y el vino. Él quiere ir divinizándonos, ir transformándonos en Cristo, en forma creciente. La meta es que algún día podamos decir con San Pablo; “Ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí”. Lo que la sociedad del mañana necesita es el hombre transforma¬do en otro Cristo. Necesita de la mujer transformada en la pequeña María ya que la Virgen es el reflejo más fiel de su Hijo Jesús.

Ahora, para que esta fuerza transformadora de la Consagra¬ción pueda actuar en nosotros, necesitamos prolongar la Euca¬ristía en nuestra vida cotidiana. Ese proceso de conversión al hombre nuevo debe continuar a lo largo de toda la semana. Porque la nueva sociedad se construye, a partir de la Misa dominical en las actividades de cada día.

Por eso, la Eucaristía no debe terminar en el altar. Está hecha para prolongarse en la vida, a lo largo del día y de la semana, hasta la próxima Eucaristía. Resulta que la Misa, según el último Concilio, es “La fuente y la cumbre” de toda nuestra vida cristiana.

El cristiano ha de ser un hombre que vive en una permanente Eucaristía. Debemos vivir de misa en misa. Es así como la misa dominical se convierte en una misa de la vida.

“Del altar a la arena”, decían los primeros cristianos, refiriéndose a la arena de los circos donde iban a ser marti¬rizados. Y nuestra arena es la vida diaria; toda nuestra vida y especialmente nuestro esfuerzo cotidiano por transformarnos en hombres nuevos, ha de ser una prolongación de la Eucaristía.

Esta misión de convertir toda nuestra vida en Eucaristía prolongada, se nos da expresamente en el envío de la Misa. Allí Cristo nos envía a transformarnos a nosotros mismos en reflejos y testigos suyos. Allí nos envía también a transfor-mar el mundo que nos rodea.

Quiere que a través de nuestro trabajo, nuestro esfuerzo diario se convierta en un mundo nuevo, un mundo que sea más humano y que sea más de Dios. Quiere que, en la fuerza transformadora de la Eucaristía, construyamos una nueva sociedad.

Lo que Cristo nos pide al enviarnos de nuevo al mundo, es que todo lo que hagamos durante la semana sea un aporte en la construcción de una sociedad renovada: nuestro trabajo o estu¬dio bien hecho; nuestro amor matrimonial y familiar; forjar la comunidad nueva en nuestro ambiente; formarnos y educarnos a nosotros mismos para llegar a ser hombres nuevos. Lo que nos pide Cristo, al final de la Misa es realizar en el ambiente cotidiano lo que hemos vivido con Él en la Eucaristía, convirtiéndonos en anticipo de un mundo y una sociedad nuevos.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Asisto a la Misa como una rutina?
2. ¿Al llegar a casa, recuerdo algo del sermón?
3. ¿Soy conciente que algo debo transformarme en cada celebración eucarística?

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