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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 108 – 01 de junio de 2011

Espíritu de Cenáculo

Para construir el mundo nuevo, el Reino de Dios en la tierra necesitamos del Espíritu Santo. Somos demasiado pocos. Y nos sentimos demasiado débiles y desvalidos para una misión tan grande.
Más que nunca necesitamos la fuerza de lo alto. Más que nunca hemos de unir nuestra pequeñez con la grandeza de Dios. Más que nunca precisamos del Espíritu Santo, el Espíritu vivificador y transformador.

Un gran momento en la historia de la Iglesia fue la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles, reunidos en el Cenáculo, el día de Pentecostés.
Fue la fuerza y el fuego del Espíritu que los lanzó después a los cuatro vientos. Fue ese mismo Espíritu que los llevó a consumirse por su misión de cambiar todo el mundo.

Revivir el Espíritu de Cenáculo
Me parece que tendríamos que renovar ese gran momento histórico, tendríamos que revivir esa situación de Pentecostés y hacernos inundar por el espíritu de Cenáculo.

¿Cuál es ese espíritu? Nos lo indican los Hechos de los apóstoles: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de María, la madre de Jesús”. Espíritu de Cenáculo es, por eso, un triple espíritu: espíritu mariano, espíritu comunitario, espíritu de oración.

1. Espíritu mariano. Como en el cenáculo histórico, también nosotros nos reunimos en torno a la Virgen María. Y sobre todo por su poderosa súplica maternal vendrá el Espíritu Santo sobre nosotros.
Seguramente conocemos las palabras de San Grignion de Montfort, repetida tantas veces por nuestro Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt: “El Espíritu Santo quiere encontrar en nuestras almas a la Sma. Virgen, quiere encontrar actitud y espíritu marianos. Y si la encuentra a María en un alma, no le queda más remedio que penetrar en esta alma con sus dones y obrar allí sus milagros.”

Y todos nosotros necesitamos milagros: milagros de entendimiento, de transformación, de convicción, de entusiasmo, de heroísmo.

2. Espíritu comunitario. Formamos parte de una familia. Y como familia cristiana hemos de formar una comunidad de corazones y de tareas.

Una comunidad de corazones: Somos muchos y por eso es más difícil. Nos une un gran amor a la Virgen. Queremos llegar a ser un solo corazón y una sola alma. Y el Espíritu Santo es nuestro gran vínculo de unidad: Debe penetrarnos con su fuego de amor.

Una comunidad de tareas: de una u otra forma somos los conductores de la comunidad, el destino de la comunidad está en nuestras manos. Esto ha de exigirnos al máximo. Pero también el destino de la patria depende de nosotros. Es una responsabilidad muy grande ante la historia.

3. Espíritu de oración. Todas nuestras actividades no son solamente para reflexionar e intercambiar ideas, sino también para orar como Familia, como comunidad, implorar el Espíritu Santo.
El Espíritu de Dios tiene que iluminarnos, guiarnos, apoyarnos. Sólo así podremos entender lo que Dios pide de nosotros, de nuestra comunidad, de nuestra parroquia en estos tiempos. Sólo así podremos encendernos de nuevo y con más fuerza por nuestra gran misión: convertir nuestra patria en un mundo nuevo, en una Nación de Dios.
Y tenemos los Santuarios, nuestros Cenáculos. Allí el Espíritu Santo quiere llenarnos con su fuego. Y desde allí quiere enviarnos a cambiar el mundo, igual que envió a los apóstoles hace más de dos mil años.

Preguntas para la reflexión

1. ¿El Esp. Santo encontraría a María en mí corazón?
2. ¿Cómo es mi participación en la comunidad?
3. ¿Me considero una persona de oración?

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