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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 40 - 01 de agosto de 2008

La Paciencia

Lo curioso es que en la Biblia esta palabra se refiere, ante todo, a la paciencia de Dios para con nosotros. Dios tiene paciencia con los hombres y mujeres que ha creado. Él tolera sus defectos y permite que el género humano siga poblando la tierra a pesar de su mala conducta.

Es el Espíritu Divino, paciente con nosotros, quien viene ahora a nosotros. Y de Él nos toca aprender para tener con los demás la misma paciencia que Él tiene con nosotros. Ya el libro de los Proverbios nos enseña: “Más vale un hombre paciente que un héroe, un hombre dueño de sí mismo, más que un conquistador de ciudades” (16,32). San Pablo, en sus cartas, insiste una y otra vez en esa virtud fundamental del aguante. Nos invita a revestirnos de entrañas de paciencia, soportarnos unos a otros con amor, perdonarnos mutuamente (cf. Col 3,12s; Efes 4,2; 1 Tes 5,14; 1 Cor 13,4).

Todos hemos hecho la siguiente experiencia: Cuanto más cerca vivimos de una persona, más aumentan los roces, el fastidio, actitudes que irritan. Pensemos en nuestro cónyuge, nuestros hijos, parientes que viven en nuestra casa, compañeros de trabajo y amigos. Se mantienen la relación sincera y el afecto básico hacia la otra persona, pero se empaña el aprecio permanente con el disgusto diario.

Mucho se puede hacer para suavizar roces y facilitar la convivencia: dialogar, abrirse, sincerarse, corregirse y aceptarse. Mucho se puede hacer, pero todo ello ha de ir sobre el fundamento esencial de paciencia, de tolerancia, de puro y simple aguante humano. Porque en el fondo todos sabemos que la situación nunca va a ser ideal, ni en uno mismo ni en los demás.

Y lo que tenemos que hacer, por eso, es sobrellevar las inevitables contrariedades con resignación anticipada. Las cosas llevan tiempo. Los frutos maduran despacio. La naturaleza sigue su ritmo, y las estaciones no pueden acelerarse.

Y lo mismo sucede en la cosecha del Espíritu. Hace falta tiempo. Hace falta paciencia.
¡Espíritu Santo, conviértenos, aunque sea de a poquito, en maestros de la paciencia!

Paciencia para escuchar a los demás
Todas las personas que nos rodean, son cada una un ángel de Dios que nos trae un mensaje suyo. ¿Cómo mantengo yo la actitud de escucha frente a esa palabra de Dios que me viene a través del otro? Él o ella es palabra de Dios para mí en primer lugar a través de su amor, pero también a través de sus deseos, sus necesidades, sus penas. Todo es palabra de Dios que me está llamando: Sus gestos de amor me llaman a agradecer, sus deseos y necesidades a atenderlo, sus penas para aliviarlas y compartirlas.
Pero, ¿escucho yo esas palabras de Dios que me vienen a través de los demás? ¡Dios me quiere decir algo! Y cuando siento que hay algo de Dios en lo que me dice el otro, ¿lo acojo, le abro el corazón, para que esa palabra encuentre morada en mí?
Hay que escuchar al otro, pero también hay que hablarle al otro. Existen momentos en que Dios quiere hablarle al otro a través mío. Y entonces es un deber, hablar. Es un deber, dialogar. Entonces yo soy una palabra para el otro, que él necesita escuchar para crecer. Y si no le hablo, estoy negándome a ser palabra de Dios, Buena Noticia, Evangelio de Dios para el otro.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Me considero una persona paciente? ¿Como me ven los demás en este aspecto?
2. ¿Tengo momentos de oración para escuchar lo que Dios me dice a través de los acontecimientos y de las personas?
3. ¿Escucho con esa actitud de alegría cada vez que el otro abre la boca?

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