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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 39 - 15 de julio de 2008

El hombre libre

En el ámbito de la autoridad surgen, muchas veces, conflictos con la libertad de cada uno. Pensemos nomás en la rebeldía de nuestros hijos adolescentes.
Lo que pasa es que la autoridad frecuentemente limita la libertad personal. Y tiene que hacerlo, cuando están en juego intereses prioritarios.
La libertad individual no puede existir sin limitaciones, dentro de una comunidad como la familia, los movimientos, la Iglesia, la sociedad.
Y entonces es importante la educación de nuestra libertad. Tiene que ser una libertad condicionada, una libertad subordinada a valores e intereses superiores.

Somos un montón de prejuicios. El egoísmo, el miedo, la costumbre, la sociedad nos hacen preferir de antemano conductas que son más cómodas, más seguras, más aceptadas. Muchas veces tomamos decisiones que creemos son opción personal nuestra. Pero en realidad nos han sido dictadas e impuestas solapadamente por todo tipo de influencias que determinan nuestro camino. Para que una decisión sea realmente personal, tiene que ser totalmente libre. Y esa libertad de prejuicios y temores sólo puede darla el Espíritu. Si en nuestra vida personal son difíciles las decisiones, más aún lo son en la vida social. Ahí se necesita, más que en ninguna otra ocasión, la visión del Espíritu y la valentía que inspira su poder.

Una definición popular del hombre libre dice que es el hombre “que sabe lo que quiere, quiere lo que sabe, hace lo que quiere y ama lo que hace”. Por eso, quisiera ver con Uds. un momento, estos grandes pasos de la educación de la libertad.

1. Saber lo que quiero. Primero, se trata de aclarar y definir mis valores muy personales. Es como elaborar mi escala personal de valores, mis prioridades de vida.
Luego, se trata también de formular mis metas personales, de saber lo que quiero en la vida. En esta sociedad masificada, muchas veces mis metas me son dictadas desde afuera; no vivo mi vida propia y original. Tengo que hacerme independiente de la opinión ajena, desprenderme de las presiones sociales, de la moda, de las influencias de la propaganda y de las mil formas como puedo ser influido desde afuera.

Tengo que animarme a concretar objetivos personales, metas a corto y a largo plazo.
Y, por supuesto, revisar y evaluar periódicamente mis valores y metas.

2. Querer lo que sé. El segundo paso, luego de saber lo que realmente quiero, es llegar a querer lo que sé. Estamos hablando de lo que quiero realmente, para lo que estoy hecho, no de lo que los caprichos personales buscan Este paso es decisivo para la cohesión interior de la personalidad. No sólo se trata de saber, sino de querer. Tengo que afirmar mis anhelos y metas de vida con mi voluntad y con el corazón. Esto me permite ser coherente conmigo mismo.

3. Hacer lo que quiero. El sentido es que haga lo que realmente quiero hacer y no lo que mi yo primitivo me impulsa a hacer. Muchas veces usamos el concepto “hacer lo que quiero”, no en el sentido de la verdadera libertad, sino en el equivocado camino que empuja hacia el egoísmo o el capricho personal. Pero aquí se trata de discernir y hacer las cosas en base a valores personales. Se trata de hacer lo que creo que es lo mejor para mí y para los demás. Y eso me hace verdaderamente libre.

4. Amar lo que hago. El hombre libre que sabe lo que quiere, quiere lo que sabe y hace lo que realmente quiere, esta en condiciones de amar lo que hace. Cuando no se dan esas condiciones, muchas veces se llega a odiar o despreciar lo que se hace. Por otra parte es muy humano el no hacer lo que uno quiere, sino lo que no quiere. Es la experiencia de San Pablo: “Yo no hago lo bueno que quiero, sino lo malo que no quiero” (Rom 7,19).
Somos seres limitados. Pero, a pesar de ello, tenemos que esforzarnos en crecer hacia la verdadera libertad.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Me considero una persona libre?
2. ¿ Tengo claro mis valores y metas?
3. ¿Me gusta mi trabajo, me actualizo en mi profesión?

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