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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 41 - 15 de agosto de 2008

El crecimiento de nuestro amor matrimonial

En el matrimonio, nuestra tarea permanente debe ser cultivar el amor, crecer en él hasta llegar a un amor perfecto y maduro. Al comienzo, todo amor es egoísta. Y sólo de a poquito se convierte ese amor primitivo en un amor maduro.

¿Cómo tenemos que cultivar nuestro amor matrimonial? El Padre Kentenich fundador del Movimiento de Schoenstatt, nos da tres respuestas:

1. Debemos querer hacernos felices mutuamente. Significa hacer feliz en primer lugar no a mí mismo, sino al otro; pasar del amor egoísta al amor desinteresado al tú. Me exige preguntarme permanentemente: ¿Con lo que estoy haciendo, con lo que estoy diciendo, haré más feliz a mi cónyuge?

Es un crecimiento muy grande en el amor. Es una altura de entrega y generosidad fuera de lo común.

2. Debemos ayudarnos mutuamente a perfeccionarnos. ¡Cuántas oportunidades de perfeccionamiento se nos presentan en la vida cotidiana! Por ejemplo cuando las personas viven permanentemente juntas, cuán difícil resulta mantener el respeto el uno al otro.

¿En qué forma nos hacemos ver nuestras faltas? ¿Es un sentir y adentrarnos en la debilidad del otro, un aguantar paciente sus limitaciones, o es un gritarse y ofenderse mutuo?

Y los sacrificios pueden convertirse en una carga pesada. Todos lo sabemos y lo hemos sentido ya en algunos momentos. Y el Padre Kentenich, también lo sabía y por eso dijo una vez, citando a un antiguo filósofo: “Si se compara la vida matrimonial con la vida de los mártires, encontramos pocos mártires que aguantaron tanto sufrimiento como muchos matrimonios deben soportar”.

Todo esto exige un alto grado de amor y de santidad. Es imposible llegar a eso, si nuestro amor matrimonial no tiene sus raíces en Dios.

3. El amor conyugal culmina en una fidelidad a toda prueba. Conocemos la descripción de fidelidad que nos da el Padre Kentenich: la mantención pura, lozana y creadora del primer amor. Es mantenerlo a través de las pruebas del tiempo para eternizarlo. Fidelidad en este sentido profundo y amplio es regalarle siempre al cónyuge todo mi corazón, regalarle mi tiempo privilegiado, mis intereses prioritarios.

Es imposible ser fiel en este sentido, sin un gran espíritu de sacrificio y sin un contacto directo con Dios a través de los sacramentos y la oración.

De todos modos, si miramos la vida matrimonial desde este punto de vista, se convierte en una escuela de santidad de primera magnitud. Se trata de vivir la santidad de la vida diaria matrimonial y además vivir también la espiritualidad de alianza matrimonial.

El matrimonio no es solamente una comunidad de amor, sino que se fundamenta sobre una alianza de amor mutua. Y esa alianza tiende a profundizarse. Quiere darle al otro todos los derechos sobre mí, para que él sea feliz: yo no quiero otra cosa que lo que tú quieres.

Y después podemos ir más lejos todavía: Estoy dispuesto a renunciar y regalarle hasta lo más difícil, lo más pesado, si tú lo deseas. Si quieres esa renuncia, te ruego que me lo pidas. Es así como quiero mostrarte mi amor.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Nos reímos como matrimonio, como familia?
2. ¿Nos herimos al criticarnos?
3. ¿Estoy dispuesto a aceptar lo que mi cónyuge me pida?

Si desea comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com