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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 103 – 15 de marzo de 2011

El cónyuge como camino hacia Dios

El encuentro de dos personas en Dios a través de la oración o la vivencia religiosa compartida es una de las formas más ricas y profundas de encontrarse ya que estamos ante Dios con lo más rico que cada uno poseemos.
Frente al Señor nos vamos desprendiendo de todo lo que obstaculiza normalmente el encuentro y vamos asumiendo con más objetividad la actitud comprensiva, benigna y compasiva del amor de Dios.

Al unirse dos personas por el sacramento del matrimonio, se les abre una nueva posibilidad de amor sobrenatural: el cónyuge como camino hacia Dios, como lugar de encuentro con Dios. En ese momento solemne de las bodas, Cristo les dice a cada uno: Yo desde ahora te voy a amar especialmente a través del cónyuge, voy a convertirlo en santuario de mi encuentro contigo. Y con ello me deja el gran desafío de buscar al Señor en el corazón del otro donde desde ahora me está esperando, de descubrir el rostro de Cristo en el rostro de mi cónyuge, de acoger su amor como transparente y reflejo del amor divino. Por otra parte, yo debo ser Cristo para el otro, darle el amor, la luz y la fuerza que necesita para crecer y llegar a Dios. Y así cada uno se acepta y se regala al otro como lugar privilegiado de encuentro con el Señor.

Por eso, en todo matrimonio cristiano está siempre Dios como tercero, quien hace de puente y lazo de unión entre los cónyuges. Y precisamente cuando Dios no ocupa ese lugar dentro del matrimonio, entonces queda siempre lugar para otro tercero, que destruye la Alianza matrimonial.
El matrimonio es una comunidad salvífica unida por un vínculo sobrenatural. El amor de Cristo y María sellan nuestro amor. Estamos unidos como la vid y los sarmientos. Nuestra salvación está unida al otro y viene a través del otro.

Mi santidad repercute en el otro, mi pecado también.

Tan profunda es esta Alianza y este conocimiento mutuo que los esposos tendrían que llegar a ser directores espirituales uno del otro. Ya tanto se conocen, que pueden ayudar al otro en su camino de santidad.

Esta Alianza de amor se da entre los esposos y de los esposos con Dios. Por eso es comunidad salvífica, de amor, vida y tareas con Cristo y María. Compartimos su misión y junto con ellos caminamos hacia el Padre Dios. En el caso en que los contrayentes humanos entren en crisis el tercero los sostiene. Cristo carga con el matrimonio. Después de nuestra consagración a la Virgen ella también comienza a ser una aliada y nos ayuda en el camino. Ella también nos sostiene.

Ahora lo que dijimos del matrimonio, eso vale para todos los miembros de la familia: padres, hijos, hermanos... Cada uno es Cristo para los demás, reflejo y transparente del Señor. Cada uno es y ha de ser, para el otro, camino hacia Dios, camino privilegiado de amor a Dios.
En eso encontramos el sentido de la Alianza matrimonial y el sentido de la Alianza familiar: Todos juntos, unidos y aliados con la Virgen María, caminamos hacia Dios. Todos juntos, amándonos mutuamente como al Señor, nos consagramos a María y, mediante Ella, nos entregamos para siempre a Dios.

Queridos hermanos, si nos dejamos educar y guiar por la Virgen María, entonces la Alianza con Ella es como una gran escuela de amor. En ella aprendemos a amar para recorrer los caminos del amor divino y llegar al corazón del Padre. Y es así como se está haciendo realidad en nuestra vida la Alianza con Dios.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Rezamos juntos como matrimonio?
2. ¿Veo a mi cónyuge como un camino hacia Dios?
3. ¿De qué modo recibo sus sugerencias, críticas…?

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