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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 75 - 15 de enero de 2010

Hombres y mujeres distintos

Si miramos el mundo de hoy, hemos de preguntarnos: ¿Por qué los cristianos, en más de 2000 años, hemos cambiado tan poco el mundo? ¿Por qué se ha perdido aquel espíritu de conquista, de los apóstoles y primeros cristianos? ¿No será porque se ha vivido el cristianismo de una manera egoísta e individualista? Algo de eso pasa también con algunos santuarios cristianos: se convierten en lugares de refugio, donde la gente solo gira en torno a sus propios problemas, donde se esconde de las exigencias del mundo y de la vida.

Nuestros templos no son un refugio, sino un lugar desde el cual Dios y María nos envían. Nos envían a renovar nuestra cultura y sociedad actuales, a cambiar la historia de la Iglesia y del mundo.

Ahora, ¿cómo podemos nosotros colaborar con esta gracia? ¿Cómo podemos aportar a la transformación del mundo? Creo que debemos empezar por transformar nuestro pequeño mundo personal: nuestro hogar, el entorno familiar, el ambiente de trabajo, vecinos, amigos, grupo, etc.
Por lo general no se tratará de hacer cosas extraordinarias, sino de cumplir bien y con amor nuestros deberes de cada día. Y ver estos deberes diarios, por monótonos o pesados que sean, a la luz y al servicio de la gran misión. Porque son el aporte que en ese momento Dios nos pide, para construir un mundo nuevo.

Podemos también salir de nuestro pequeño mundo y ayudar a cambiar el mundo grande de nuestra patria: p.ej. la política, la cultura, los medios de comunicación, la sociedad. Nos esperan muchas y grandes tareas.
Ahora, para poder ser colaboradores aptos de Dios y de la Virgen en la transformación de nuestro mundo:

1. Debemos ser hombres y mujeres filiales. El hijo dice siempre sí a la voluntad del Padre. El hijo lucha por un mundo digno del Padre, donde reinan la fraternidad, la justicia, la paz. Y esa apertura y disponibilidad filial ante Dios es la que permite abrir caminos hacia un mundo nuevo. Porque es la actitud que deja lugar a la actividad paternal de Dios en la historia, tal como lo hizo Cristo.

Se trata aquí de una filialidad madura, propia de un hijo adulto del Padre y corresponsable de su obra. Es el hombre que enfrenta la historia confiado en el Padre y que, por eso, es audaz y creador. Recordemos que la grandeza o la miseria de nuestra vida no se mide por nuestras capacidades ni por nuestros límites, sino por la magnitud de la obra a la que nos consagramos: “Un héroe es quien consagra su vida a lo grande”, solía decirnos el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt.

2. Debemos ser hombres y mujeres distintos. Creo que todos nos damos cuenta de que esta misión de transformar el mundo y crear un mundo nuevo, nos convierte en hombres distintos, en hombres y mujeres que viven de manera distinta de los demás. Tenemos que actuar de forma diferente en el matrimonio, en la vida familiar, en los negocios y la empresa, en la política, en la relación con los hombres. En todo eso tenemos que distinguirnos de la sociedad actual con sus valores.

También los primeros cristianos tuvieron la audacia de ser distintos. Y por eso crearon un mundo nuevo; un mundo impregnado por los valores cristianos. Ser diferentes significa, muchas veces, pasar por locos, lo mismo que los primeros cristianos pasaron por locos.
Significa también luchar contra el pecado en todas sus formas, empezando por uno mismo, pero también luchar contra muchas situaciones de pecado en el mundo que nos rodea. Es por eso que ya los antiguos cristianos decían: “no sin sangre”. El Reino de Dios no avanza sin sangre, sin sacrificio, sin dolor, sin lucha. El mundo no se transforma sin sangre. Por eso, tenemos que arriesgarnos a ser distintos, a pasar por locos, a luchar contra el mal en nosotros mismos y así vivir anticipadamente el mundo de mañana.

Preguntas para la reflexión
1. ¿Me siento un enviado a transformar mi ambiente?
2. Como cristianos, ¿en qué somos distintos a los demás en nuestro día a día?

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