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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 74 – 01 de enero de 2010

Epifanía de Dios, por medio nuestro

Epifanía es la fiesta de la aparición de Dios, de la manifestación de Dios. Lo esencial del cristianismo es que Dios se revela a los hombres, que Dios viene a nosotros, que Dios es conocido por nosotros bajo una forma sensible.

La Biblia nos habla de las revelaciones y manifestaciones de Dios. Ya desde los primeros tiempos, Él se acerca a los hombres. Pero, después de haberse manifestado muchas veces y de muchas maneras, Dios se nos aparece en su Hijo.

Este es el gran suceso: Dios se hace un niño. Se hace un niño como todos los demás, un niño que llora cuando tiene hambre y al que es necesario cambiarle los pañales. Y sin embargo, tras su debilidad e impotencia oculta y encierra al gran Dios infinito. Eso es Epifanía: la manifestación, la revelación de Dios en un niño recién nacido.

Los magos que vienen de lejos para ver al niño, subrayan el hecho de que Dios ha aparecido para todo el mundo. Ellos representan todos los hombres de buena voluntad que buscan la felicidad y salvación.
Y así llegan a la cuna y comprenden que en ese niño está toda la grandeza y todo el amor de Dios a los hombres. Se llenan de inmensa alegría, lo adoran y le ofrecen sus regalos: oro, incienso y mirra.

Pero, ¿qué significa este suceso para nosotros? ¿Es algo más que un simple recuerdo de aquel tiempo feliz?

Esto pasó hace siglos pero es, tal vez, hoy más actual que nunca. Epifanía de Dios es lo que buscan los hombres, consciente o inconscientemente. Hoy hay más hambre de Dios, porque el hombre, a pesar de todas sus conquistas o tal vez precisamente por ellas se siente más vacío, más necesitado de ayuda.

También hoy en día, los hombres quieren ver a Dios. Si ese Niño de Belén es Dios, si resucitó y demostró así definitivamente su divinidad - ¿dónde está? La frase de los magos la repiten hoy millares de hombres angustiados: ¿dónde está Dios?

Hoy debería acontecer Epifanía no ya en un lugar, sino en todos los rincones del mundo. Donde hay un cristiano, donde está viva la Iglesia, allí debería hacerse Epifanía de Cristo, de Dios. Dios ya no se encarna en un solo hombre, sino en todo el pueblo cristiano. Dios se encarna en cada uno de nosotros.

Si no se lo ve en nuestras vidas, ¿no será porque no lo mostramos? Si no se encuentra su amor, su generosidad, su comprensión y su perdón, ¿no será porque estamos demasiado lejos del Evangelio, de Dios, de su espíritu?

Hoy son miles o millones los magos que, de cerca y de lejos, vienen hacia la Iglesia y hacia los cristianos buscando al que vino para ser la salvación del mundo. Están a las puertas de nuestras casas y de nuestros templos para verlo pasar a Cristo. Pero si seguimos mostrando una careta de Él y no su auténtico rostro, ¿cómo pueden reconocerlo?

No hay nada que nos pueda librar de esa responsabilidad. Hoy en día, es el camino elegido por Dios para su Epifanía, su manifestación. A Dios se lo ha de descubrir leyendo el libro de nuestra vida. Quien a mí me vea, a Él lo debe descubrir. Quien a nosotros se una, con Él debe encontrarse.

Queridos hermanos, toda Eucaristía es una Epifanía de Dios. Que sea, para nosotros, una invitación y un estímulo de manifestarlo a Cristo a todos los que nos encuentran, a todos aquellos que lo buscan en nosotros, en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestras comunidades.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Somos una Epifanía para los demás?
2. ¿Qué ven y qué encuentran en nosotros?
3. ¿Pensamos en la eucaristía como una Epifanía de Dios?

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