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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 69 – 15 de octubre de 2009

¿El diálogo o la pelea conyugal?

¿Cómo anda nuestro diálogo, el momento decisivo de la comunión conyugal? La falta de diálogo es la peor enfermedad del matrimonio, una enfermedad que lo carcome por dentro. Por eso, periódicamente deberíamos revisar nuestro sistema de diálogo: ¿cuándo dialogamos? ¿Por qué no dialogamos?

Aquí podemos recordar que existe una diferencia entre varón y mujer: Las mujeres tienen una necesidad y una capacidad de diálogo mucho mayor que la del hombre. Además giran permanentemente en torno a las personas, mientras que los hombres generalmente se interesan más por las cosas. Por eso, al varón le cuesta más darse, entregarse a sí mismo, dialogar. Por otra parte, la mujer se enreda fácilmente en su riqueza afectiva, puede ponerse susceptible y rencorosa.

La cumbre del diálogo es la unión conyugal. Debería culminar el diálogo que ya en palabras no puede expresarse. Es tal vez la experiencia humana más parecida a la comunión y la que más les puede ayudar a prolongar o preparar bien la comunión eucarística. De allí la importancia de realizar ese acto con el espíritu en que Cristo se nos da: con la generosidad, el respeto, la apertura a la vida, con la conciencia de que es algo santo.

La comunión es comunión de fidelidad. Es necesario revisar, cómo anda nuestra fidelidad. Cristo no se nos da una sola vez, sino que está siempre, todos los días ofreciéndonos la misma comunión, y no se cansa a pesar de nuestros pecados. Nosotros, ¿cómo andamos en esa fidelidad, en ese tener la mesa siempre puesta?
Todo esto ayuda a prolongar y preparar la comunión con Cristo en la misa. Una auténtica comunión conyugal es uno de los mejores caminos hacia la Eucaristía.

¿Qué es lo central, lo esencial en nuestra Alianza matrimonial? Es el don del corazón, el don de lo íntimo de cada uno. Los cónyuges han de abrir sus corazones y regalarse mutuamente su intimidad, su profundidad. Es fácil dar cosas, pero es difícil darse, regalar lo de adentro. Por eso, nos cuesta el diálogo conyugal.

Y no sé cuántos matrimonios consiguen hacer realmente buenos diálogos profundos que no terminen en discusión y pelea.

Algunas dificultades. Ahí esta sentada la señora suspirando con los problemas inventados de la telenovela. En cambio no tiene tiempo para escuchar los problemas reales del marido. Y viceversa.
Es difícil encontrar el tiempo y, sobre todo, encontrarlo en el momento en que el otro me necesita. Sólo es posible si estoy dispuesto a renunciar a ciertas cosas, a dejar ciertas cosas cuando veo que el otro busca mi apoyo y mi comprensión.

El varón, generalmente menos personal y menos comunicativo por naturaleza, prefiere su trabajo por encima de todo. Cuando llega a casa por la noche, aspira a la tranquilidad total y se considera en estado de completo relajamiento. Tiene, por eso, la tendencia a relegar a un segundo plano todos los problemas del hogar. Considera que el ejercicio de su profesión le ha provisto ya de su correspondiente porcentaje de preocupaciones y responsabilidades hogareñas. El silencio es su refugio.

Otro factor sicológico: el miedo a dar su brazo a torcer. Al final de un intercambio efectivo, existe muchas veces un cierto número de verdades que es necesario reconocer, ciertos hechos que no se pueden esquivar, ciertas concesiones que habrá que hacer. Sin embargo, el orgullo de ambos cónyuges les sugerirá, con frecuencia, que más vale huir del diálogo, porque éste podría conducir a estas concesiones desagradables. Comunicarse con el otro es otorgarle un cierto dominio sobre uno. Y por temor a ser sutilmente dominado, se prefiere una actitud de no-apertura para protegerse.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cuáles son los obstáculos para un mejor diálogo?
2. ¿Soy de los que huyo del diálogo?
3. ¿Dialogamos o peleamos?

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