Virgen de Schoenstatt MUSICAS PARA EL ALMA


Radio Tupâsy Rapére haciéndote compañía. Transmitiendo desde Ciudad del Este-Paraguay...

English seorimícuaro French cartas de amistad German documental Spain cartas de presentación Italian xo Dutch películas un link Russian Portuguese Japanese Korean Arabic Chinese Simplified

Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 53 – 15 de febrero de 2009

Dificultades para el diálogo generacional

Una frase de un escritor contemporáneo, bastante cínica pero no por eso menos real, dice: "Cuando encuentro a dos hombres, uno viejo y otro joven, que caminan juntos sin hallar nada que decirse, sé que son un padre y un hijo".
Pero el diálogo de generaciones, tan necesario, no es fácil. Prueba de ello es que son raros los hogares donde se practica de manera constante. Lo que pasa es que numerosos obstáculos se interponen entre quienes deberían ser interlocutores permanentes.

1. Los obstáculos del exterior. Uno, es el abusivo hábito de la televisión. Cuando los miembros de la familia se encuentran reunidos delante de ese aparato, uno podría pensar que están unidos. Pero no nos engañemos: se trata de un falso diálogo que no tiene de éste más que las apariencias. Se pronuncian tal vez muchas palabras, pero no existe intercambio de ideas profundas. El diálogo superficial es obstáculo para el diálogo en profundidad. En tal sentido, la televisión es un terrible instrumento de silencio.

Otro obstáculo exterior es el culto extremado a los negocios. Cuántos hombres se dejan fascinar por este nuevo dios, y, a fuerza de servirlo, desequilibran toda su vida. Detrás de ello está la religión del "tener": es preciso tener, no del ser, tener siempre más y más, sin límites a vista.
Por eso hay que dedicar todo el tiempo posible a los negocios, a las preocupaciones profesionales, y no queda ya tiempo para dedicarlo a la educación de los hijos. Porque tiempo es dinero. ¿Y quién está dispuesto a perder dinero? Y así abandonan a quienes fundamentalmente tendrían derecho a ellos y a su vida: los hijos.

Un tercer obstáculo: las obligaciones sociales. A veces son numerosas y se comen el tiempo. Lo poco importante, ocupa todo el tiempo. Lo que debiera ser considerado importante por encima de todo, la educación de los hijos, pasa a ser secundaria y los padres dejan a otros.

2. Además de estos obstáculos exteriores, hay otros problemas internos más graves. Muchos padres no se animan a dialogar con sus hijos porque se consideran incapaces de ello.

Esta incapacidad les viene, frecuentemente, de una mala conciencia y del miedo a ser desenmascarados. Aceptar el diálogo es quitarse la máscara. Los padres llegan inevitable¬mente a mostrar su alma y exponerse al implacable juicio del hijo, sobre todo del adolescente. Porque el joven difícilmente perdona los errores, critica con severidad las flaquezas y examina los fracasos. Y entonces muchos padres, abrumados por sus errores y faltas, cuando se ven cara a cara con su hijo a la hora de la verdad, huyen para ocultar su vergüenza y -como suele decirse- salvar su autoridad. Pero lo que menos van a salvar así es su autoridad ante los hijos.

Otro origen del mutismo es la debilidad intelectual. No pocas veces sucede que el joven de hoy sea más abierto que los adultos, más informado. Y así el diálogo entre generaciones se hace difícil. Entonces es más fácil huir al diálogo y encerrarse aún más en su estrecho mundo, para no tener que descubrir sus límites.

Otro obstáculo notorio es el desánimo. Puede ser ante la actitud agresiva del adolescente. La agresividad propia de esta época es en sí misma sana, deseable y -diría yo- indispensable para el crecimiento de la personalidad.

En cambio, la sumisión pasiva o capitulación ante las fuerzas adversas sería negativa. No obstante, esta agresividad del adolescente despierta muy poca simpatía en los que lo rodean. Contradice a todo el mundo, reclama sin cesar y provoca con particular placer a sus padres que son la encarnación de la autoridad. Nada de cuanto los padres hagan o digan vale para los hijos. Están siempre equivocados.
Ante esta actitud, los padres se ven tentados a abandonar la lucha y dejar que el hijo se las arregle por sí mismo. Huirán entonces del diálogo, juzgándolo inútil y superfluo. Un muro de silencio se levanta entre ellos...

Preguntas para la reflexión

1. ¿Me siento reflejado en alguno de los puntos?
2. ¿Cómo califico el diálogo con mis hijos?
3. ¿Qué experiencia tengo, de diálogos con adolescentes?

Si desea suscribirse, comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com