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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 43 - 15 de septiembre de 2008

Autoridad y obediencia

Un aspecto práctico en nuestro camino hacia Dios, lo constituye una correcta aplicación de la autoridad, un aspecto muy afectado por la crisis del Padre en el mundo de hoy, que ha provocado una crisis de autoridad en todos los ámbitos.

Conceptos errados de autoridad

Un privilegio. Para muchos la autoridad es simplemente un privilegio. Se tiene autoridad para provecho propio. Eso hace que muchos hagan todo lo posible por llegar al poder, porque a través de él pueden dominar a los demás y llenarse de bienes. Antes de llegar a él se puede prometer cualquier cosa; después se muestra el verdadero rostro olvidando las promesas. En el ámbito familiar se aplica el mismo estilo de autoridad: el padre de familia es un señor que tiene todos los derechos y privilegios y los demás miembros de la casa deben obedecerle. Este concepto ha sido, con certeza, el que más ha contribuido a desprestigiar la autoridad.

Una carga pesada. Para otros la autoridad es una carga pesada que se lleva de mala gana y ejerciendo una especie de labor policíaca: es preciso poner orden y controlar todas las cosas y personas. Todo debe pasar bajo su control personal. Fiscalizar, reprimir, ordenar y corregir parecen ser los términos que contiene la autoridad.

Un derecho de mandar. Muchos confunden lisa y llanamente autoridad con potestad, es decir, con el derecho a disponer de alguien. Pareciera como si la autoridad se confundiera con el poder de mando. La mayoría piensa que tiene más autoridad el que más puede mandar.
El término autoridad evoca dos cosas a la mentalidad actual: mandar y obedecer. La autoridad aparece como una limitación de la libertad y por eso se ha hecho odiosa en nuestra época orientada hacia la liberación.

Concepto evangélico de autoridad: El servicio
Jesucristo plantea el asunto de una manera diametralmente opuesta. Nos dice: “Los que gobiernan las naciones las dominan y se hacen llamar benefactores. Uds. no deben ser así... El que quiera ser el primero que se haga el último”.

Nos muestra su ejemplo diciendo que él no vino “a ser servido sino a servir”. Esto significa que sitúa la autoridad en el plano del servicio. Existe una flagrante contradicción entre el concepto evangélico de autoridad y el concepto que reina en nuestro tiempo.

Etimológicamente, autoridad viene del verbo del latín “augere”, que significa hacer crecer, aumentar, hacer nacer, dar origen. De ahí viene “auctor esse”, que significa aquel que genera la vida en cada uno. Ya en su origen el término autoridad se define por el servicio a la vida.

Libertad y obediencia. Una comunidad no puede ser fecunda sin espíritu de obediencia. Se trata de ver a Dios detrás de toda autoridad humana legítima. Quiere decir, me inclino no ante la autoridad de un hombre, sino ante la autoridad de Dios que se manifiesta en él. Por eso, obediencia por amor a Dios. “Obediencia motivada por amor nos hace libres”, asegura el Padre Kentenich. Y cuanto más avanzamos por este camino, tanto más libres hemos de sentimos interiormente.

Obediencia es la gran señal de amor. El amor prueba su autenticidad en la obediencia. Es fundamentalmente fusión del yo con un tú. Pero la prueba de que esa fusión no es algo sentimental es que se exprese en mi deseo de fundirme con la voluntad de él. Es la gran prueba de amor de los hijos. Es la actitud fundamental de Cristo: “Mi alimento es hacer la voluntad del Padre” (Jn 4,34). Es también la actitud fundamental de la Virgen María: “He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38). La obediencia, actitud clave de Cristo y de María, es también la actitud clave de todo cristiano.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Me es fácil obedecer?
2. ¿Cómo actúo cuando tengo autoridad?
3. ¿De qué manera podemos ser diferentes?

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