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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 13 – 15 de junio de 2007

Del amor ideal al amor real

El Padre Fundador nos hace ver que la gran desilusión de nuestra vida podría ser la siguiente, creíamos que nuestra vida en común iba a ser como la de los ángeles: unidos por una profunda unión de corazones y por un cálido amor mutuo.

Durante el noviazgo; al inicio de un matrimonio o de una comunidad se ama muchas veces una idea o un sueño. En aquel tiempo no veíamos nuestras sombras, ya que todo estaba iluminado por el primer amor. Pero después de haber vivido juntos durante años, despiertan a la realidad: se conocen mutuamente con sus debilidades y miserias. Aparecen los defectos: defectos míos y defectos de los demás. Y también aparecen, como parte de la vida, las manías, chifladuras y caprichos o lo que a mí me parecen tales.

Carlos Vallés cuenta cómo una vez asustó a un joven que le pedía consejo sobre su matrimonio en peligro. Le decía que la única solución que tenía era el divorcio. Y después del susto le explicó: Tenía que divorciarse de la mujer con quien se había casado, es decir, del sueño de mujer con que se había casado, de la imagen ideal de esposa perfecta que él mismo se había formado en su mente y había llevado de la mano al altar en pura fantasía romántica.

Lo que ahora tenía que hacer era divorciarse del sueño y volverse a casar con su propia mujer, su mujer real. Ahora debemos amar al otro tal como es, no como nosotros lo habíamos imaginado.

De lo contrario, surge el anhelo de que el tú se adapte a mis deseos de cambio. Incluso yo mismo intento cambiarlo. Y entonces el otro se cierra al no poder o querer hacerme caso. Y yo me siento ofendido y se lo hago saber. Me siento como sentado en un trono dispuesto a vigilar su conducta, a recibir sus disculpas o su adulación. Una forma primitiva de amor, tal como una manzana inmadura de gusto agrio.

Después vamos creciendo. Del amor idealizado hemos de pasar al amor real. Le permito al otro ser como es y lo acepto. Y entonces cambia la relación, hay más libertad, más respeto. Cuando estoy dispuesto a aguantar al otro, entonces he madurado. Ya no le hago entender que es una carga, que me causa dolor, que tendría que ser diferente, sino que lo acepto simplemente tal como es. Ese es el verdadero amor.

Por eso comenta el P. Kentenich que después de los primeros años “nuestra vida consiste en gran parte en sostenernos y sobrellevarnos mutuamente” (Milwaukee 13-1-1964, 7).

Cuando voy creciendo y madurando más todavía, entonces hasta me alegro de ello, lo voy haciendo con una sonrisa. “Cuanto más sacrificios ofrezcamos el uno por el otro, tanto más felices seremos” (Obra de las familias, 36), afirma el Padre. Aporto al Capital de gracias; le regalo a la Mater la carga que me significa el otro. Y así voy acercándome al Señor crucificado. Él aceptó y aguantó los clavos. Por eso, me alegro de que el Señor me acerque a su cruz, que me asemeje a Él.

El espíritu de familia consiste en gran parte en el amor que es capaz de llevar la carga de los demás. Es una de las tareas más difíciles en la familia. De todos modos, la vida cotidiana nos muestra: Mientras vivamos en esta tierra, habrá discusiones y desavenencias. La obra maestra consiste en sobrellevarlas sin perder la unión de corazones. La obra maestra consiste en aprovechar las contrariedades, para crecer y unirnos más profundamente.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Me cuesta aceptar los defectos ajenos?
2. ¿Qué me dice la frase: “con alegres sacrificios se sobrellevan”?
3. ¿Insisto que los demás actúen conforme a lo que a mí me parece correcto o me gusta?

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