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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 10 – 01 de mayo de 2007

Ser madre

Transparente del Espíritu Santo
La mujer viene asociada con el Espíritu Santo. Y cuando históricamente quiso tomar morada en medio de los hombres, lo hizo en el corazón de una mujer. María, desde la Anunciación, se convierte no sólo en madre, sino también en morada y en santuario del Espíritu. Y desde ese momento, cada mujer y cada madre será para siempre morada e imagen del Espíritu Divino.

Madre y virgen
Cuando el Padre explica la esencia de la mujer, lo eterno en ella, entonces utiliza distintas expresiones. Una de ellas dice que la mujer es madre y virgen. Eso vale para toda mujer, independiente de su estado de vida. También la mujer casada debe ser no sólo madre sino también virgen. Maternidad y virginidad se condicionan para la fecundidad plena del alma femenina. Por eso, una auténtica mujer y madre debe cultivar ambos principios.

Maternidad es la DONACIÓN de sí misma: el servicio, la preocupación por la vida, la entrega personal, abnegada y amorosa, el encuentro personal.

Virginidad, en cambio, es RESERVA de sí misma: la pureza, la delicadeza, la interioridad, la receptividad, la filialidad y apertura a Dios.
El elemento que hoy en día se está perdiendo es la virginidad, es decir, la interioridad, la dependencia y filialidad hacia Dios, hacia lo grande y noble. Pero la pérdida de esa riqueza virginal implica también la perdida de la donación maternal. Quien no es hija, no puede ser madre. Maternidad y virginidad, ambos mundos tienen que complementarse. El modelo lo encontramos en la Mater: Encarna no sólo el espíritu sino también la realidad del ser madre y virgen.

Cada madre, cada mujer que quiere llegar a su madurez plena tiene que aprender a cultivar y equilibrar estos dos factores: maternidad y virginidad, reserva de sí misma y donación generosa de sí misma, receptividad y obsequiosidad.

Misión frente al padre y la cultura
¿Y cuál es su misión frente al padre? Entonces, el Padre Kentenich solía citar unas palabras de San Bernardo: “El varón no es elevado ni redimido a no ser por la mujer”. Y no lo refería solamente a la Mater, sino también a la “pequeña María”, la mujer redimida.

En una de sus pláticas en Milwaukee interpretó en ese contexto el origen de la mujer: Como dice la Escritura, cuando Dios hizo al varón, tomó tierra. Y después le dio su aliento. Por eso, ¿cómo aparece el varón? Es una unión entre tierra y espíritu, entre lo más bajo y lo más alto, entre el instinto y la inteligencia. Y entonces formó la mujer, de la costilla del hombre. Y eso, ¿qué significa? Ella es un ser intermedio, entre lo más bajo y lo más alto, entre instinto e inteligencia, sacado del corazón del hombre. ¿Cuál es, por eso, la grandeza de la mujer? Ella es el corazón de toda la creación. ¿Y qué enseña eso al hombre? Que necesita un corazón; que el centro del hombre es el corazón. Y la gran misión de la mujer y madre es complementar al hombre mediante su corazón. Pero también tiene que ser el corazón y el alma de toda la cultura.

Y lo eterno de la mujer es entonces, simplemente, su corazón, su corazón puro y entregado. Su aporte más central tiene que ser el corazón, símbolo de su amor, y el cultivo de su corazón. Todo su trabajo dentro y fuera del hogar, debe ser dirigido por el corazón, por el amor. Por eso, la obra maestra en la educación de la mujer y de la madre es la educación del amor, la educación del corazón.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo madre, como mujer, me siento una transparente del Espíritu Santo?
2. ¿Qué me dice la frase de San Bernardo?
3. ¿En qué formas manifiesto mi ser corazón?

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