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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 04 – 01 de febrero de 2007

La palmera de Port Said

El 18.10.1966 yo hacía mi primera Consagración en la comunidad de los Padres, delante del Padre Fundador, junto con muchos otros co-hermanos.
Al final, el Padre nos dio una charla y nos leyó una poesía: “La palmera de Port Said”, que es una imagen, una parábola de la vida.
En la persona del jardinero, nos habla de la sabiduría, la paciencia y la bondad de Dios. Pero podemos aplicarla perfectamente a la misión del sacerdote, de los papás y de todo educador.

Existe en Port Said una palmera, llamada palmera real; sobre la tierra levanta sus hojas, tan alta como una torre. Una leyenda se teje en torno a sus verdes hojas. Escuchad ahora el relato lleno de profundo sentido.

Con cientos de otras palmeras creció con rapidez en su juventud, hasta que en su misma primavera el jardinero contra ella confabuló.
Mientras las otras crecían tranquilas, pronto le sobrevino el primer sobresalto: con golpes afilados el jardinero todas sus ramas recientes cortó.
La primavera volvió y sanaron las heridas, corrió por su tronco nueva savia y hacia arriba se elevó la palmera real con renovada e impetuosa fuerza vital.

Al despojarle año tras año todo su follaje fue despreciada por las demás. A su tronco le faltaba la corona, cabeza altiva para sobresalir.
Así siguió durante una generación entera: la palmera creció tan rápida y ligera que ya no le alcanzaron ni el hacha ni la escalera.
Entonces la palmera echó sus ramas formando un techo, con sus hojas, más alto que todas las otras. Vino el viejo jardinero y le dijo:

“De todas tú fuiste la más querida; y te he causado dolor solamente, para que al final por encima de todas las demás puedas elevarte.
Sólo el dolor te empujó a la altura. Mira, abajo han quedado tus hermanas.”
Entonces orgullosa se inclinó la palmera real en la brisa de la tarde agradeciendo. Susurra y canta entre las ramas, atravesando tierras hasta nosotros; como un consuelo de aciagos días, así clama la palmera por encima del mar:

“Tú, pobre corazón, no desesperes, si el hacha profundamente te hiere; la primavera sanará tus heridas, y brillará de nuevo la luz del sol.
Aún cuando tempestades rujan en torno tuyo, no te desanimes en tu dolor: piensa en el sabio jardinero, y ahí arriba en la palmera de Port Said.”

¿Cuál es el mensaje de esta poesía? Me parece que nos recuerda la misión de cada padre, madre o educador: “el servicio desinteresado a la vida ajena”. La tarea de plantar, cultivar, cuidar proteger y acompañar la vida.

¿Qué es educar? Educar es amar. “Educadores son amantes que nunca se cansan de amar”, dice el Padre. Es un amor que ayuda a crecer, a desarrollarse, a ser mejor, a llegar a la plenitud. Y ese amor, que admiramos en el jardinero de Port Said, tiene dos características fundamentales: es un amor exigente y, por ser exigente, es un amor enaltecedor.

Amor exigente: un amor que se anima a cortar, a podar, a hacer sufrir. Como Dios que limpia las ramas de la vid, para que produzcan más frutos (Jn 15,2). No se trata de un exigir por exigir. Es un exigir por amor, por confiar en lo bueno de él. Es un amor que exige, como la palmera de Port Said. Porque en este mundo no hay progreso sin sacrificio, no hay madurez sin sufrimiento.

En segundo lugar, un amor enaltecedor. Un amor que eleva, que conduce hacia lo alto, por encima de las demás palmeras. Es un amor que tiene fe en el otro, que lo estimula y despierta lo mejor en él, para que pueda llegar a ser lo que debe ser. El amor enaltecedor lleva hacia las estrellas, despierta el anhelo y acrecienta la aspiración a la santidad más alta.

Queridos hermanos, en días difíciles, cuando nos sintamos agobiados y sin ánimo, cuando estemos tentados de abandonar todo, ojalá recordemos al sabio jardinero y a la palmera real de Port Said.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cómo reacciono cuando siento la poda?
2. ¿Soy exigente por amor al otro?
3. ¿Tengo la tendencia al desánimo?

Si desea comentar el texto o dar su testimonio, escriba a: pn.reflexiones@gmail.com