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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 125 - 15 de febrero de 2012

Crecer en la vinculación a Dios Padre

Existe una propuesta del Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, para crecer en nuestra cercanía y vinculación al Padre. Él la llama: caminar en la presencia de Dios. Consiste en tres actos sencillos: “mirar frecuentemente a Dios, con ojos de fe; conversar a menudo con Dios; con amor filial; ofrecer con frecuencia sacrificios a Dios”.

Y agrega: Si quieren saber por qué no llegan a una vinculación profunda con Dios, sólo tienen que preguntarse: ¿Cuál o cuáles de estos tres elementos no estoy viviendo?

1. Mirar frecuentemente al Padre con ojos de fe. Ahora, ¿cómo puedo hacerlo, a pesar de mis actividades? Recordemos el tiempo de nuestro noviazgo. Es evidente, cuando dos se quieren, se recuerdan y se comunican mutuamente. De esa experiencia tengo que aprender para cultivar mi amor a Dios. Lo que hice en aquel tiempo de modo espontáneo, ahora tengo que aprenderlo a través del ejercicio. Debo entrenarme mirando al Padre varias veces al día. Sin ese esfuerzo nunca llegaré a una relación más personal con Él.

En concreto, debería aprovechar mejor mis momentos de oración, de lectura espiritual y de meditación para que sean realmente encuentros de persona a persona con Dios.

2. Conversar a menudo con el Padre con amor filial. ¿Cómo puedo conversar a menudo con el Padre? A muchos nos cuesta todavía rezar, entrar en un diálogo profundo y personal con Él.
Sin embargo, la oración es absolutamente necesaria, porque es la respiración del alma; sin ella no podemos sobrevivir. Cada momento de oración debe acrecentar en nosotros el amor a Dios, la entrega amorosa al Padre Dios.

Tengo que aprender a dialogar con Dios Padre sobre las cosas diarias de mi vida. El Padre Kentenich opina que seríamos más serenos interiormente y más sanos psíquicamente, si nuestros problemas diarios los lleváramos a Dios, los conversáramos con Él, si reflexionáramos sobre los encuentros diarios con Dios.

Creo que en todo eso debemos buscar un trato más cercano, más espontáneo, más sencillo y filial con Dios Padre.

El ideal al que debemos aspirar es rezar no sólo frecuentemente, sino rezar siempre. Lo dice también San Pablo: “Orad sin cesar” (1 Tes 5, 17). ¿Qué se entiende por ello? Es la disponibilidad del corazón de no negar nunca nada a Dios: una apertura permanente para sus deseos, una actitud de responderle siempre que sí, una disposición interior de adorar la voluntad del Padre en cada circunstancia.

Es la experiencia misteriosa de que no estoy nunca solo, porque Dios está siempre conmigo y en mí. Ese contacto permanente con el Padre supone que mi alma está captada por Dios hasta el subconsciente. Eso sólo es posible si el Espíritu Santo nos regala sus dones.

3. Ofrecer con frecuencia sacrificios al Padre.
Si quiero aprender a vivir en la presencia de Dios, entonces es evidente que debo también ofrecerle sacrificios. Con mi naturaleza humana tan frágil y limitada, no puedo pretender llegar a una vinculación llena de amor, sin un espíritu de mortificación heroica. Bajo el orden del pecado y de la cruz no existe el amor sin sacrificio.

¿Y que es lo que podría ofrecerle? Cosas de la vida diaria. P. ej. los sacrificios que aseguran la educación de mi temperamento o carácter; el sacrificio que significa para muchos de nosotros, nuestro trabajo profesional ejemplar; nuestra lucha por llevar adelante con altura el matrimonio y la familia…

Preguntas para la reflexión

1. ¿Tengo momentos de encuentro con Dios?
2. ¿Le cuento mis alegrías y penas?
3. ¿Me cuesta hacer sacrificios y ofrecerlos a Dios?

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