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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 90 – 01 de septiembre de 2010

OBSTÁCULOS EN EL CAMINO HACIA EL PADRE

No hay duda que muchos países poseen un gran amor a la Santísima Virgen. Pero llama la atención que algunos pueblos tan marianos, no manifiesten igual sentido para una vinculación personal profunda con el Padre de Cristo. Y se da muchas veces el caso en que alguien cortó su relación con Dios, se volvió ateo, pero sigue manteniendo todavía la relación con la Virgen; parece ser lo último que se pierde.

La razón de esta situación no es difícil de entender, si miramos de cerca la realidad de la familia. El padre es, en muchas familias, una figura muy débil. En comparación con la madre, resulta casi un extraño. Está ausente de casa durante todo el día y, en general, carece de capacidad de diálogo personal con los suyos. Su trato es normalmente distante y duro. En los sectores populares es el que grita y pega, que es, autoritario e injusto con los hijos, que es alcohólico y por eso maltrata a la madre.

En los niveles medios y altos, la crisis de paternidad no se expresa tanto en violencia. El padre es allí más bien el gran ausente del hogar: el que siempre está ocupado en cosas importantes que no le dejan tiempo para los hijos. Cree que su función paternal se reduce a trabajar por su familia, a darle cosas a los suyos. Cuántos hijos dan a entender claramente que preferirían tener menos dinero, pero tener más a un papá cercano.

Para muchos, la palabra “padre” es una palabra que sólo evoca rebeldía o frustración. A jóvenes heridos o frustrados por el padre ausente o violento, no podemos decirles: Te tengo una buena noticia: Dios es Padre y te ama. A jóvenes que rechazan a su padre y tratan de huir de él, esa buena noticia del Padre Dios se convierte en una mala noticia.

Por eso, el Padre Kentenich, fundador del Movimiento de Schoenstatt, afirma que vivimos, como el hijo pródigo, en “estado de fuga de la casa del Padre”. En su opinión, el problema del ateísmo moderno se debe, en primer lugar, a la crisis de la familia. “Tiempos sin padres son tiempos sin Dios”.

Crisis del padre, crisis de autoridad

Aquí reside la causa más profunda de la crisis de autoridad, tanto en la sociedad como en la Iglesia. En el fondo se trata del rechazo a una autoridad que el hombre de hoy identifica con la del propio padre. El deterioro de la autoridad familiar lo lleva a considerar abusiva y opresora a cualquier autoridad. El hombre moderno piensa que lo propio de la autoridad es “mandar”. En una cultura de la eficacia, la autoridad se reduce a eso: al mandar, porque la orden es lo más rápido.

Pero la función de la verdadera autoridad es dar vida, hacer crecer. Modelo de esa autoridad es Dios Padre Todopoderoso y su reflejo, el Buen Pastor. Por eso, al niño recién nacido, no se le da órdenes. Simplemente, se le viste, se le alimenta, se le acaricia, se le enseña.
Nadie enseña a caminar a un niño dándole órdenes, sino se lo toma de la mano, se le anima. La orden sólo tiene sentido si ayuda a crecer. La autoridad, cualquier autoridad sólo se justifica si está al servicio de la vida, como fuente de vida.

¡Qué pobre es, frente a esta visión, el concepto actual de autoridad! En todos los niveles, la autoridad humana se ha ido alejando de su modelo, el Padre Dios. Quienes deberían reflejarlo, en el plano religioso, político, laboral y familiar, no lo reflejan. Por eso, las palabras “padre” o “autoridad”, a muchas personas les suenan huecas o les producen rechazo.

¿Cómo les caerá a ellos el anuncio de un Padre providente que siempre nos mira y que con poder infinito nos tiene al alcance de su mano? Será, sin duda, la peor y más deprimente noticia que puedan escuchar.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Le brindo mi tiempo privilegiado a mi familia?
2. ¿Cómo fue mi relación con mi padre natural?
3. ¿Me es fácil vincularme con el Padre Dios?

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