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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 84 – 01 de junio de 2010

El Sagrado Corazón y nuestro corazón

La devoción al Corazón de Jesús se basa en el pedido del mismo Jesucristo en sus apariciones a Santa Margarita María de Alacoque. Él se mostró a ella y señalando, con el dedo, el corazón, dijo: “Mira este corazón que tanto ha amado a los hombres y a cambio no recibe de ellos más que ultrajes y desprecio. Tú, al menos ámame”. Esta revelación sucedió en la segunda mitad del siglo diecisiete.

El corazón de Jesús. Cuando hablamos del Corazón de Jesús, importa menos el órgano que su significado. Y sabemos que es símbolo del amor, del afecto. Y el corazón de Jesús significa amor en su máximo grado; amor hecho obras.

Cuando Cristo mostró su propio corazón, no hizo más que llamar nuestra atención distraída sobre lo que el cristianismo tiene de más profundo y original; el amor de Dios. También nos llama nuevemente a nosotros: ¡Mirad cómo os he amado! ¡Sólo os pido una cosa: que correspondáis a mi amor!

Nuestro corazón. Nuestra respuesta del amor, en general, no es muy adecuada a su llamada. Porque sufrimos una grave y crónica afección cardíaca, que parece propia de nuestro tiempo: Somos todos enfermos del corazón, en menor o mayor grado, que va desde insuficiencia cardíaca hasta parálisis cardíaca. Está disminuyendo e incluso muriendo el amor; el corazón se enfría y ya no es capaz de amar ni de sentirse amado.
Se convierte en un amor desordenado y desequilibrado, enfermo y raquítico, un amor no dispuesto al sacrificio. Triunfa el amor egoísta, que cultiva toda forma de apego y esclavización al YO, que llega hasta el endiosamiento de sí mismo. Se pierde el amor personal y hace lugar a un amor frío e impersonal.

¿Quién de nosotros no sufre bajo esta enfermedad del tiempo actual? ¿Quién de nosotros no sufre bajo esta falta de amor desinteresado hacia Dios y hacia los demás?

¿Quién de nosotros no se siente cautivo de su propio egoísmo, el cual es el enemigo mortal de cada amor auténtico? ¿Y quién de nosotros no experimenta, día a día, que no es amado verdaderamente por los que lo rodean?
Cuántas veces nuestro amor es fragmentario, defectuoso, porque no encierra la personalidad total del otro.
Amamos algo en el otro, tal vez un rasgo característico, tal vez un atributo exterior, su lindo rostro, su peinado, sus movimientos graciosos, pero no amamos la persona como tal, con todas sus propiedades, con todas sus riquezas y también con todas sus fragilidades.

Intercambio de corazones. He aquí, pues, el sentido y la actualidad de nuestra devoción al Sagrado Corazón de Jesús. Le entregamos, le regalamos nuestro corazón enfermo y esperamos de ello una profunda transformación. Y le pedimos que una nuestro corazón con el suyo, que lo asemeje al suyo. Le pedimos un intercambio, un transplante de nuestro pobre corazón, reemplazándolo por el suyo, lleno de riqueza.

¡Que tome de nosotros ese egoísmo tan penetrante, que reseca nuestro corazón y deja inútil e infecunda nuestra vida! ¡Que encienda en nuestro corazón el fuego del amor, que hace auténtica y grande nuestra existencia humana!

Debiéramos juntarnos también con la Santísima Virgen María, con su Inmaculado Corazón. Ella tiene tan grande el corazón que puede ser Madre de toda la humanidad. ¡Que, con cariñoso corazón maternal, ella nos conduzca en nuestros esfuerzos hacia un amor de verdad, sin egoísmo y sin límites!

Preguntas para la reflexión
1. ¿Cultivo la devoción al Sagrado Corazón?
2. ¿Cómo puedo aumentar mi devoción?
3. ¿Qué le pido que cambie de mi corazón?

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