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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 81 – 15 de abril de 2010

Necesitamos de Cristo

Nuestro Dios es un Dios de la vida y de historia. Un Dios que nos habla por medio de las circunstancias y los acontecimientos. Todo lo que ocurre trae siempre, si bien “en clave”, algo que Dios nos quiere enseñar. El cristiano siempre debe responder a la pregunta: ¿Qué me quiere decir Dios con esto que sucede o que estoy viviendo?

Es una experiencia dolorosa descubrir lo que el hombre es: un ser en el cual se mezclan la grandeza y la miseria, la capacidad del bien y del mal, de vivir en la verdad y de mentir, de amar y de odiar, de construir y de destruir. Somos capaces de lo mejor y de lo peor.

La situación que vivimos en el mundo constituye también una dolorosa experiencia. Constatamos en carne propia de lo que somos capaces. Constatamos los límites de nuestras posibilidades humanas. Sentimos la fragilidad de las soluciones puramente humanas. Vemos cómo se hacen planes, cambian hombres, y sin embargo no salimos del pantano.

Sentimos más que nunca la necesidad de Alguien que nos salve, de una nueva luz y una nueva fuerza. Ellas vienen, en definitiva, del más allá, de Dios.

“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros”. El pan que necesitamos, el único que puede darnos vida, es el pan vivo “que ha bajado del cielo”. Es Cristo mismo, es el Hombre Dios. Sólo Dios puede darnos la luz y la fuerza para construir una gran nación de hermanos, donde haya trabajo, respeto, amor y alegría.

La presencia de Cristo, Hijo de Dios, en la Eucaristía, es un misterio impresionante. A Él tenemos acceso solamente en la medida de nuestra fe. La eficacia del pan eucarístico que recibimos depende de la medida de la fe con que lo recibamos. Ese pan que comemos nos va transformando siempre más a semejanza de Cristo: nos da sus sentimientos y actitudes, nos hace participar, misteriosa pero realmente, de la vida divina.

“El que come mi carne y bebe mi sangre, habita en mí y yo en él”. Éste es el misterio del hombre nuevo cristiano. Se trata de un hombre divinizado, que vive en Cristo y Cristo vive en él. La comunión nos une personalmente con Jesús. Tanto nuestra alma como nuestro cuerpo se unen estrechamente con Él. En cada Eucaristía, Él quiere bajar de nuevo a la tierra, encarnarse en cada uno de nosotros. Nos hacemos así, carne de su carne y sangre de su sangre.

En Cristo somos hijos de Dios nuestro Padre del cielo, y por eso somos todos hermanos. El pan eucarístico es el pan de la unidad y fraternidad. Por eso, el Padre José Kentenich, fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, dice en una oración personal a Jesús: “Eres límpida fuente de paz, el vínculo que une todos los pueblos, el poder que vence las disensiones, la luz que trae calor y claridad”.

A grandes males, grandes remedios. ¿Qué nos enseñan las circunstancias actuales? Nos enseñan lo relativo de todas las soluciones y sistemas humanos si no se apoyan, si no se alimentan del pan de vida. Y además nos enseñan que dificultades son tareas. Hemos de buscar con renovado ahínco, hasta las últimas consecuencias, esa “fuente de paz”; ese “vínculo”; ese “poder” y esa “luz” que vienen de arriba, que vienen de Cristo.

Queridos hermanos, en cada Eucaristía, Cristo nos invita a unirnos a Él, a identificarnos con Él, para que así su voluntad se vaya haciendo la nuestra, su inteligencia y sus afectos se nos contagien. Hasta que un día podamos decir con San Pablo: “Ya no soy yo quien vivo, sino que es Cristo el que vive en mí”.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Las dificultades, son tareas para mí?
2. ¿Me dejo abatir por el peso de las dificultades?
3. ¿Soy conciente de la fuerza de la Eucaristía?

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