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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer Nº 67 – 15 de septiembre de 2009

Educación a la pureza

La pureza que en María fue un don, es para nosotros una ardua tarea. ¿Por qué?
a) Por el pecado original. El hombre antes del pecado original poseía el don de la integridad: Armonía entre razón, voluntad y corazón: “armonía entre el animal, el ángel y el hijo de Dios en nosotros”.

b) Por el ambiente en que vivimos. Nuestra época se caracteriza por el alejamiento de Dios, por la pérdida de su orientación sobrenatural. Lo material, lo exterior pasa a primer plano. Se ha llegado a una sexualización: el ver en la mujer sobre todo lo físico, lo corporal. Hay también una pérdida creciente de pudor, de delicadeza y de los valores protectores de la pureza.
Influye en esta situación la carencia de un auténtico amor en los hogares que lleva a los jóvenes a buscar amor en otra parte, a pesar de que emocional y psicológicamente no están preparados y maduros para ello.

¿Qué es el cuerpo? El Padre Kentenich fundador del Movimiento Apostólico de Schoenstatt, aclara que “el cuerpo es espejo, compañero e instrumento del alma”.

a) Espejo o expresión del alma: El alma se manifiesta a través del cuerpo, se expresa en lo exterior (en el modo de pensar, sentir, actuar o vestirse). Las expresiones exteriores sin contenido espiritual, son expresiones sin sentido (caricias sin verdadero amor). Lo que hago, debe expresar lo que soy (¡autenticidad!)

b) Compañero del alma: No podemos tener una actitud de rechazo, de mera convivencia pacífica con el cuerpo o despreciar el cuerpo, pero tampoco podemos divinizarlo en un culto que no le corresponde: Según el Padre Kentenich, la actitud adecuada es el cultivo del cuerpo. Tiene que haber una íntima relación: una valorización, un cuidado y una responsabilidad con el cuerpo.

c) Instrumento del alma: Cuando el alma quiere actuar necesita del cuerpo como instrumento. Pero el cuerpo debe estar dirigido por el alma, es decir por la razón y la voluntad. No deben invertirse los papeles.

El trato con el cuerpo.

Todo esto ilumina el trato que debemos dar al cuerpo. El Padre Kentenich dice que debemos tratarlo con “amor respetuoso y con sabia severidad”.

Con amor respetuoso porque es un templo de Dios, una morada de Dios, un Santuario. En nosotros habita Dios, nuestro cuerpo es una realidad consagrada.
El cuerpo debemos utilizarlo como le agrada al Señor. Sobre todo, debemos tratarlo con respeto: por ejemplo no jugar con él, ni con los instintos; respeto en el actuar, en la manera de vestirse, en el modo de hablar.

Eso tiene sus consecuencias para la alimentación: comida sana y adecuada a la salud de cada uno, cantidad; para el descanso: dormir suficiente, vacaciones, deporte, etc.

Además, debemos tratarlo al cuerpo con sabia severidad. Por el pecado original se ha roto la armonía entre cuerpo y alma. El cuerpo trata de imponerse al alma y de someterla a sus caprichos y gustos. Esto exige que lo tratemos con severidad, pero no en forma autócrata, sino sabia y diplomáticamente.

Hemos de aplicar la ley del “agere contra” (actuar en contra): hacer lo contrario de lo que me dictan los instintos e impulsos. Hacer sacrificios que ayudan al cuerpo a ser más noble y superar sus caprichos: pereza, gula, tendencia a gozar en exceso, comodidad, menor esfuerzo, manía de los calmantes, esclavitud del cigarrillo, etc. Hemos de buscar nuestro punto débil en este sentido y no perderlo nunca de vista.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Cuido a mi cuerpo, cómo lo cuido?
2. ¿Cuáles son mis debilidades?
3. ¿A qué puedo renunciar para fortalecer mi voluntad?

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