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Reflexiones
Padre Nicolás Schwizer N° 50 – 01 de enero de 2009

Luchar por la paz

La Iglesia empieza el año celebrando la fiesta de Santa María, Madre de Dios. Así quiere ponernos, al comienzo de este año, bajo la protección de Aquella que es Madre, no sólo de Dios, sino también de todos nosotros. Además, el mundo cristiano celebra hoy la Jornada de la Paz, instituida por el Papa Paulo VI.

El Papa nos invita, hoy, a todos nosotros a rezar y a luchar por la paz. Todos anhelamos la paz, sobre todo al comienzo del año.

Para construir la paz hay que luchar. Sólo en el cielo poseeremos la paz de Cristo para siempre. Aquí en la tierra es necesario construirla y conquistarla en cada instante. Y para ello hay que luchar.

Cristo es el “Príncipe de la paz”, como lo anunció el profeta Isaías, pero Él es también signo de contradicción. Porque la paz que Él trae, por basarse en el amor, contradice nuestro egoísmo. Por eso, sin lucha no hay victoria sobre el egoísmo, ni amor, ni paz de Cristo.

La paz de Dios no es la paz de los sepulcros, sino una paz viva, fruto de muchas búsquedas, de muchos esfuerzos, de muchas tensiones.

No debemos tener miedo a las tensiones entre hermanos. La paz debemos construirla entre todos, y esto supone necesariamente tensiones. Habrá tensiones, porque cada uno tiene que hacer un aporte distinto a la paz de su país. Y porque cuesta reconocer los límites del aporte propio y la necesidad del aporte del otro.

Sólo Cristo es el “Príncipe de la paz”. En el corazón de todos los demás - de cada hombre, de cada grupo, de cada clase o partido - hay egoísmo y falta de amor. No podemos dividir el mundo entre buenos y malos y entre pacíficos y opresores: todos tenemos un poco de todo.

Tal vez a mí me oprimen en la fábrica o en la oficina, pero quizás yo oprimo también a mis familiares, o a la minoría de mi grupo.

Y el que yo llamo opresor es oprimido, a su vez, por otros más fuertes. Todos tenemos que vencer el germen de opresión que cada uno lleva dentro.

Por eso no hay verdadera paz si no es conquistada entre todos. El orden puede imponerse, la paz no: debe surgir desde el fondo de los corazones, desde la voluntad de respeto mutuo y de colaboración con los demás.

La paz hay que construirla con las armas de la paz. Y Cristo nos prescribe una sola: el amor. Pero un amor como el de Él, que rechaza el odio bajo todas sus formas, también el odio al enemigo. Un amor como el de María, que perdonó a quienes mataron a su Hijo.
Ante la impaciencia por lograr rápidamente una sociedad en la que podamos vivir unidos por una verdadera paz de hermanos, hay quienes que pueden tentarse para acelerar esta paz y olvidarse del amor. Un cristiano nunca puede hacerlo. Un cristiano nunca puede predicar el odio. El odio lleva a la muerte del otro. Y lo que nosotros queremos no es la muerte sino la reconciliación, el perdón, la conversión del que se cierra al amor. Y a nadie se le convierte matándolo, aplastándolo, marginándolo.

Queridos hermanos, pidamos a la Sma Virgen que Ella se nos muestre a todos nosotros como Reina de Paz. Que Ella venza todos los odios, rencores, violencias y anhelos de venganza en los corazones.
Y que Ella, en este año nuevo, nos ayude a construir un mundo mejor y a luchar para convertirlo en una tierra de paz. Que Ella nos ayude a construir esa paz juntos, según el proyecto histórico que Dios tiene para cada uno de nosotros.

Preguntas para la reflexión

1. ¿Ayudo a construir la paz en:
mi familia,
mi trabajo, mi estudio,
mi barrio, mi parroquia?

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